EL DESAFÍO DE REALIZAR NUESTROS DESEOS

La vida es compleja y abierta. Abierta, porque hay resquicios de libertad por donde colarnos; compleja, porque a veces es muy difícil vivir según nuestras verdaderas motivaciones. A menudo creemos estar alineados con nuestros deseos, pero de repente, un día, empezamos a cuestionarlo.

¿Qué quiero hacer con mi vida? ¿A qué he venido aquí?  

Son las preguntas por nuestro deseo, ese enigma que “no cesa de no escribirse”, que traza el mapa de toda nuestra existencia. Es fácil que, sin darnos cuenta, escondamos nuestras pasiones y las cambiemos por aquello que imaginamos que se espera de nosotros. Lo que esperan nuestros padres, nuestra pareja, o la misma sociedad. Quizás porque hubo un día donde uno de ellos nos dijo que no, que ese no era nuestro camino. Y nosotros la hicimos nuestra verdad…   

En el epicentro de esta tormenta, donde todos parecen quererlo todo, estamos nosotros, los jóvenes. Intentando encontrar nuestra dirección en un mar de expectativas sociales, presiones económicas y demandas de autooptimización. En lo alto de una isla que poco a poco está siendo devorada por el mar.

Nos enfrentamos a un bombardeo constante que nos incita, sin pudor, a confundir nuestros deseos con los de otros, sin explicarnos, porque así se sustenta el juego, que esta confusión es, seguramente, el origen de nuestro malestar. E insistimos: nos esforzamos por acabar esa carrera; aguantar en aquel trabajo; o seguir estudiando itinerarios que en realidad no nos gustan. Y en la esquinita, como un caramelo, escondido, mantenemos oculto lo que realmente nos apasiona. Sin ir a por ello, claro, porque eso significaría enfrentarse a demasiadas cosas.

Lo paradójico es que cuanto más nos empeñamos en continuar por este camino, más insatisfechos nos sentimos. Más profundizamos en nuestra angustia. No sentirse realizado es un sentimiento humano universal, pero es un sentimiento que se puede escuchar y abordar. Sin embargo, negar lo que nos sucede no elimina lo que nos pasa.

Por si no fuera poco, en este juego de suma cero, junto con nuestra negación, se nos ofrece una solución fácil, un atajo que rara vez es la salida. En lugar de eso, solo sirve para ocultar nuestro deseo aún más, presentándolo como algo ajeno a nosotros.

Eso es la epidemia de medicamentos entre los jóvenes, los gurús del éxito a cualquier precio, y la psicología positiva que intenta adaptarnos diariamente al dolor con soluciones rápidas. “Tómate esto y te encontrarás mejor. Conviértete en mí, soy el mejor. Sé resiliente, ante todo”. Estas promesas, lejos de ayudar, suelen ser espejismos que ignoran la complejidad y la oscuridad inherentes al deseo humano, ofreciendo soluciones que adormecen en lugar de despertar nuestro verdadero potencial.

Ante la superficialidad de estos enfoques, y ante nuestra propia insatisfacción, es crucial que nos permitamos sumergir valientemente en las profundidades del deseo. Este no se satisface con logros materiales o éxitos convencionales, sino que es el motor que nos impulsa hacia la realización personal y profesional, a pesar de estar plagado de incertidumbres y conflictos internos. El deseo es lo que nos hace humanos, nos diferencia y da color y sentido a nuestras vidas.

Por lo tanto, la auténtica realización personal y profesional no se encuentra en la acumulación de logros o en la conformidad con las normas sociales, sino en la exploración y afirmación de nuestro deseo único. Esto requiere un acto de coraje: confrontar las convenciones, cuestionar las recetas de bienestar prefabricadas y escuchar la voz interna que nos revela nuestras verdaderas pasiones y aspiraciones.

La trampa de la adaptación acrítica sepulta el verdadero deseo bajo capas de conformismo y complacencia. En cambio, aquí proponemos un viaje hacia el núcleo de nuestro ser, una aventura tanto de descubrimiento como de creación. Porque el deseo es siempre un deseo de algo más, una búsqueda que nunca se completa, pero que es en sí misma la fuente de nuestra vitalidad y creatividad. La fuente de una vida que merezca ser vivida.

Artículo escrito por: Eduardo Mota.

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